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Siberia participa  en el festival de teatro adolescente "Vamos  que venimos" y fue seleccionada con mejor obra por su irreverencia y transgresión 2012.


 La Nación
por Verónica Pages

Un numeroso elenco de adolescentes da vida a esta divertidísima propuesta que pone el ojo en el inagotable mundo de los teatristas.
El primero y gran acierto de Deby Wachtel, como directora, es saber rodearse -para armar sus elencos- de adolescentes encantadores. No es la primera vez que lo hace ( Bondi fue un clarísimo ejemplo de esto) y, claro está, no será la última. El numeroso grupo de actores que cuentan Siberia tienen una frescura, una espontaneidad y un disfrute a flor de piel que se vuelve contagioso en la platea.

La historia que se narra es un pequeño gran delirio de teatro dentro del teatro. Una mé lange divertidísima en el que aparecen espectadores, actores, tramoyistas, directores, técnicos en escena para tratar de contar una historia con aires tan chejovianos que hasta terminan acusados de plagio. La escena y el detrás de escena se confunden de tal manera que ya nada importa. Es que más allá de la seriedad con que el elenco de la ficción trate de tomarse los sufrimientos de los seres que rodean a un tan tío Vania, todo deviene en una comedia de enredos tapada de malentendidos. El hilo del ovillo se va enrollando y luego desenrollando con una simplicidad y una simpatía que se agradece.

La obra que escribió Matías López Barrios -un ex alumno de la directora- va y viene en la narración y va y viene en el intento de llevarla adelante. Puede pensarse que estos vaiventes entorpecen la acción o confunden a quien la ve, y es probable que así sea, pero ¿qué más da? El resultado es desopilante. Es difícil no tentarse a carcajada loca durante gran parte de la obra.

Son, sobre todo, las ocurrencias de este autor -muy amasadas por la directora y fantásticamente traducidas por los jóvenes actores- las que empujan hacia adelante esta historia donde, más allá del inconfundible sello ruso, habla de la vida de los teatristas, de lo difícil que es llevar a cabo un proyecto, y de los actores, de sus vanidades, sus miedos, de una sensibilidad extrema que los vuelve seres frágiles, altamente vulnerables.

El trabajo de puesta en escena de Deby Wachtel -más allá de todo el humor que impregna la obra- clarifica ese universo que desde la platea se percibe como algo dado, sencillo; como subirse al escenario, actuar y ya. Pero ella tiene la hábil mano de convertir lo que bien podría ser a tragedia en comedia. Así aprovecha a sus actores para hacerlos explotar en escena. Uno de los casos imperdibles es el del contenido Señor Argentores, que termina siendo un amante del musical, un tapado que sólo necesitaba un guiño para saltar al escenario y robarse la obra. Es una pena no tener los nombres de los actores -personaje por personaje- en el programa de mano; uno se va queriendo recordar algunas caras para imaginar que se las puede volver a encontrar en otra (pronta) oportunidad.


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La Nación
por Laura Ventura

Con espíritu adolescente
Deby Wachtel estrena Siberia
De 11 a 96 años. Ese es el espectro de las edades de sus alumnos. Pero es en el segmento más joven donde Deby Wachtel se convirtió en experta. Desde hace más de dos décadas dicta clases de teatro para adolescentes en Calibán, la sala de Norman Briski. Otra de sus especialidades es la comedia: "No concibo al teatro ni a la vida sin humor", dice con su tono sereno al que condimenta con una carcajada.
La actriz y realizadora estrena Siberia (hoy, a las 19) luego de Bondi , una experiencia en la que vuelve a dirigir a un numeroso grupo de adolescentes. "Es un escándalo pirandelliano. Los chicos tienen dos o tres personajes cada uno. Creo que hay que verla varias veces, no porque sea compleja, sino porque pasa de todo en forma simultánea", dice sobre la obra que escribió Matías López Barrios, un ex alumno suyo.

Una de las comedias que realizó Wachtel, y que la tuvo como protagonista, fue La novia : "Era la cantante de una sinagoga que trabajaba en bodas. Siempre veía a las demás novias como si fuesen divas, pero ella nunca ocupaba ese rol". Esta artista sabe llegar a grandes y a chicos, a través de sus obras y sus clases. De hecho, Wachtel también enseña a sobrevivientes del Holocausto en la Fundación Tzedaká: "Es que el teatro es un lugar de sanación".
Wachtel admite que tiene algo de "eterna juvenil" y que admira mucho a los adolescentes: "Muchos vienen desde lejos. Me emociona inmensamente cuando veo en ellos una razón, algo que los impulsa", explica. Para Wachtel, los jóvenes hoy no leen y están incomunicados, más allá de la tecnología. "Por eso el teatro es fundamental, porque conduce a la lectura y a la expresión, a la libertad y al juego grupal", opina.

Cuando Wachtel era chica estudió danza y música, tanto que es una flautista profesional y una amante de la poesía. "En mis obras la musicalidad es muy importante tanto como los poemas de Girondo o Mansfield", dice para referirse a trabajos anteriores.
Tanto en la adolescencia como quienes toman clases de actuación están expuestos a la mirada del otro, y también a la propia: "Es difícil que se suelten, que confíen en ellos mismos, pero hay un momento en que se disuelve esa percepción y el miedo a lo que los demás piensan de ellos. El humor es un camino muy interesante para ablandar las miradas de terceros y las propias, todas miradas que paralizan", concluye Wachtel.

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Espectáculos de acá
por Ladislao Serrano

La obra dentro de la obra.
Podríamos decir que “Siberia” es todo aquello que sucede en una obra de teatro cuando todo, absolutamente todo sale mal. Podría ser terrible, pero dicha obra abismada dentro de otra obra –“Tío Vania”de Chejov- produce un efecto hilarante desde que uno se sienta en las cómodas gradas del Teatro Calibán.

La dramaturgia pertenece al joven Matías López Barrios, y como no podía ser de otra manera, la compañía de aire cuasi adolescente se lleva bien con el texto y sabe cuando soltarse y  cuando volver a tierra sin perder frescura. La experimentada docente del taller de teatro para adolescentes de  Calibán, Deby Wachtel, dirige todo este armamento cómico.

“Siberia” juega con el público, apela a él, le habla, trata de despabilarlo y seducirlo, lo obliga a reír. Ponen los pelos de punta los gritos desesperados de la directora y el asistente de dirección  -¿reales o ficticios?- que se dan cuenta con el correr de las escenas que todo va mal.

El único acto de “Siberia” nos entrega palabra tras palabra todos los problemas que una compañía puede tener al intentar llevar a cabo una obra de teatro. Problemas con el sonido, celos y alcoholismo actoral,  falta de ensayo, falta de talento, arrogancia, público irrespetuoso, falta de escenografía el día del estreno, denuncias por plagio, sindicalismo huelguista, vestuario fallido y más. Los trece actores, que muchas veces están todos en escena, se mueven frenéticamente, se pisan los diálogos, se confunden, se golpean. Hay, desde el comienzo, escenas memorables y guiños.

La escenografía aprovecha sagaz todas las bondades que un biombo puede ofrecer a una obra con tantos actores. Luego, objetos puntuales: el sillón, pequeño y rojo, un fetiche escenográfico clásico que aquí renace sin exageraciones. El piano de cola, que debiera estar presente –para la representación Chejoviana clásica- se transforma en un pequeño teclado Casio de juguete. No más que lo necesario: una mesa y planchas de papel madera que cuelgan gigantes por las paredes de ladrillo. La puesta general exalta el desorden acorde a la temática y logra un buen resultado.

Por hechos como este la escena teatral de Buenos Aires permanece viva y coleando. Una entrada barata para una obra arriesgada y joven. Pero no hay mucho riesgo en ir hasta Monserrat. “Sibería” cuenta con el aval de la sala -reducto fundado por el, cuanto más añejo mejor, Norman Briski- y  Deby Wachtel, que garantizan la obvia calidad de este grupo de jóvenes promesas. “Siberia” puede coronar un domingo sombrío con risas y desorden y demostrar originalmente que cuando jugamos a la ficción, no tiene mucho sentido preguntarse cuánto hay de real o no. Vivamos incluso tras bambalinas: lo irreal.

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Luna Teatral
por María de los Angeles Sanz

La dirección de Deby Wachtel, presenta en Calibán un juguete cómico, donde la parodia sobre la textualidad del realismo chejoviano, Tío Vania, se suma a la parodia sobre las variables que hacen a una puesta teatral, y las infinitas complicaciones que la realización de la misma conlleva. Desde el espectador, que confunde su sitio y toma lugar en la escena, hasta el que deviene en fiscal de Argentores, todo parece el lugar del malentendido digno de una comedia de enredos. Al llegar se nos recibe con el ofrecimiento de un caramelo, inusual en el teatro, para luego pedirnos casi con ira, que si lo vamos a consumir lo hagamos todos al mismo tiempo antes de que comience la función, y apaguemos los celulares, sin comprender aún que ya estábamos en ella desde ese momento. Porque la puesta en abismo se produce cuando el espectador espera que comience una función que no puede seguir porque todos son obstáculos; en realidad el relato es efectivamente su problemática. La crítica al método que produce malas actuaciones, la rivalidad de las actrices y de los actores, la falta de dirección que hace que todo se desborde, hasta una huelga de la tramoya que reclama derechos laborales, más la aparición de la ley de derechos de autor, forma parte del background de la puesta que trabaja en bambalinas, es decir, con aquello que el público ni imagina cuando ve en escena el producto terminado. Los actores adolescentes, llevan adelante con humor las secuencias, a pesar de algunos puntos muertos que seguramente lograrán aceitarse con el suceder de las puestas, sin embargo, logran su objetivo divertir con aquello que es su mundo conocido, y con el equívoco que el cambio de roles provoca. Donde termina la ficción y comienza lo real o viceversa, es otro de los límites que la propuesta atraviesa, actores y personajes se cruzan en escena, y hasta uno de ellos surge de la fila de los espectadores, provocando con su entusiasmo la hilaridad de todos. Teatralidad puesta al límite, actuación sobre actuación; el vestuario de época, la vestuarista, el bombo gremialista, los grandes paneles que simulan el paisaje siberiano, la estepa helada de las obras de Chejov, un piano ausente que deviene en juguete, los engranajes que no funcionan, hasta el reclamo por el catering, todo forma parte de una reflexión desde el humor, del cómo hacer que una puesta funcione, y de decirnos a todos lo difícil que es.

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