siesta prensa

La Nación 
por Ernesto Schoo

"Dos espectáculos de la frondosa cartelera porteña (Siesta y Harina) permiten entablar un contrapunto interesante: cómo tratar un mismo tema (o muy similar) desde dos ópticas distintas y preguntarse cuáles serían las razones de esta diferencia: ¿ambientales, culturales, históricas, antropológicas, genéticas"

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El  Muro Cultural
por Daniel Mojica

Cuando la pasión está presente, la vida late. En la soledad de una habitación, en la multitud de una plaza pública, en un espacio escénico.
Paulina Rachid pone su pasión, su cuerpo y su alma para decirnos de todas las maneras posibles que su personaje necesita amar y ser amada. Lo dice con su voz, con sus ojos, con sus manos, con toda su piel.
Nada de ella queda afuera en esa siesta “... en la que el amor me pone tan simple, tan íntima, tan a flor de piel...”
Sentirla en escena (porque no es sólo verla) es una celebración para el espíritu, porque se ilumina como pocos son capaces de hacerlo frente al público.
Con una dramaturgia a la altura de su entrega y una puesta en escena simple, que posibilita la desmesura, la lujuria, la timidez, el desborde y la contención que el personaje debe transitar para hacernos vivir lo que le sucede.
Los textos fluyen desde las entrañas de esta mujer que nos invita, nos exhorta y nos impele a sentir con ella.
Confieso que desde “Pestañas como agujas” estaba esperando la nueva producción de TATAMITEATRO. Valió la pena esta espera.
No es común que la poesía se adueñe del escenario y la platea, Tatamiteatro lo consigue.
Es un espectáculo para disfrutar más de una vez.

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Revista Noticias 
por Ernesto Schoo

"Los textos se deslizan con tersura, dichos -y ejecutados- con mucha gracia por la actriz, capaz de salir airosa del monólogo que abarca poco menos de una hora. Es voz, modulada como un instrumento musical, y es acción física: inseparables. La luz, los mínimos elementos de utilería, el caudaloso vestido, las mandarinas desparramadas en el piso, todo contribuye a crear la ilusión de una siesta en cuya languidez revive una infancia, candorosa y a la vez apasionada".

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Artemisa Noticias
por Sonia Santoro


El tiempo de la siesta.



Me pone tan simple, tan íntima, tan a flor de piel el amor. Con esta consigna, Tatami teatro presenta Siesta, un unipersonal, protagonizado por Paulina Rachid y dirigido por Deby Watchel, que recrea la tarde calurosa en un pueblo de Brasil, donde una mujer gira alrededor de sí misma, recreando deseos y frustraciones.

Escena uno: Un pueblo. Una tarde de siesta calurosa en Brasil. En la mesa con maquina de coser, ella cose un vestido blanco. Ella busca coser un poema. "El amor, el amor, el amor… te toma, te come, te moja /Toda / Más de una vez me ilusiono con hacer un poema". Suspira. Ella está atada a una diminuta máquina de coser. Cosido su vestido, larguísimo, casi un emulo de una cola de vestido de novia.
Siesta es un unipersonal protagonizado por Paulina Rachid, una pelirroja capaz de sutilezas deliciosas, actriz fetiche de la directora Debi Watchel. Está inspirado en los poemas de la poeta brasileña Adelia Prado, con dramaturgia de Sol Lebenfisz y la propia Wachtel, traducción de Fernando Noy, escenografía de Miguel Nigro y vestuario de Tramando.
Hay en Siesta mucha cosa de intimidad femenina, rasgos que habían asomado ya en Pestañas como agujas, la primera obra de Tatami Teatro, la compañía teatral que fundó Debi Watchel, quien es también actriz, docente y directora de teatro para niños/as. 

Los sueños de una mujer que espera el amor, clásica si se quiere, pero mucho más "caliente" que una clásica "Susanita". Ella quiere el amor, pero se conforma con las nalgas del vecino de enfrente. Lo espía cuando él no la ve: "El muchacho terminó de comer y se escarba los dientes en la terraza. Me parece feo escarbarse los dientes. El muchacho solo hizo la primaria y habla tan mal que araña. Pero tiene unas nalgas de hombre tan seductoras que me quedo amándolo perdidamente. Mi escote es profundo. El muchacho hermoso, mi deseo de él no muere."

Por momentos ella quiere zafarse del vestido, por momentos lo adora. Lo adorna, lo llena de florcitas, palabras, dibujos... son sus sueños, sus fantasías. Hay en su pasado un marido engañador, pero que ella vengó a puños y dientes, llevándose el aplauso de las vecinas que se juntaron a ver el espectáculo.
Después está el humor, cómplice, también marca registrada de Watchel. Ella no es una mujer dramática. Intenta pero no le sale. "Quería ser dramática y no lo soy. Eso me hace sufrir hasta ahora. Estoy como paja y nada me conforta / el amor hoy está tan pobre, tiene gripe, mi aliento no está para salones".  ¿Cuántos años tiene? No se sabe, pero no es joven ni tan bella como quisiera. Aquí se agradece la plasticidad y firmeza con que Rachid maneja su cuerpo, que no cumple con lo que los cánones de belleza actual.

Al final del día, después de haber dibujado con plasticola su vestido, estirado sus trasparencias hasta el límite de la rajadura, ensuciado contra el piso sus manos y sus rodillas, llorado y reído con igual energía, saboreado hilos de coser de todos los colores, ella se sienta con las piernas abiertas y come una mandarina. ¿Hay algo más penetrante que el olor de una mandarina? ¿Y que una mujer sola, pidiendo que la amen? ¿Y que el tiempo eterno de una siesta calurosa? "En este exacto momento el cielo está oscuro, hace frío, estoy fea, acabo de recibir un beso por correo. Los magos pasan en jet, la estrella se esconde. Es domingo, como un domingo antiguo. Llueve torrencialmente en Brasil."



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Por Vuenosairez


El grupo “Tatami”, cuyo nombre se refiere al tapiz que marca el espacio donde se practican las luchas en los deportes marciales, presentó,  bajo la dirección de Deby Wachtel, “Siesta” en NoAvestruz. 

Una mujer, una máquina de coser y la prisión de un vestido, a causa de un hilo atorado, representan el absurdo de la vida, de la imposibilidad de una mujer para concretar sus deseos y ser feliz. 
 
El guión, inspirado en poemas de Adelia Prado, relata, a través de poéticas metáforas que conservan toda la belleza del género, la infelicidad de una mujer que anhela el goce de la vida, de aquello que le invade el cuerpo en todas sus formas: deseo sexual, de pasión, de felicidad, de amor, deseos no cumplidos que le rebasan el cuerpo, prisionero, al que los años van deteriorando con el envejecimiento.
 
La excelente interpretación de Paulina Rachid en la que recaen todos los elementos significantes de esta exquisita obra que denuncia el gozo de la vida como única posibilidad de realización. Imperdible.

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Página 12 
por Alina Mazzaferro 

"Mujeres vistas por mujeres: Carolina Balbi, autora de Informe demiurgo, y Deby Wachtel, creadora de Siesta, hablan acerca de sus maneras de mirar los géneros".

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La Nación 
por Verónica Pagés

"Quienes tuvieron la fortuna de ver a Paulina Rachid fluir, explotar, extinguirse en esa joyita teatral que fue "Pestañas como agujas" y no pasaron por alto que quien la dirigía era Deby Wachtel sabrán saborear la idea de volver a encontrarse con un nuevo trabajo de este dúo".

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Crítica Teatral
por Gabriel Peralta

“Siesta” es una obra de Sol Lobenfisz y Deby Wichtel y dirigida por esta última.
Sentada frente a su pequeña máquina de coser, una mujer va zurciendo palabras, hilando deseos y cosiendo frustraciones. El tul que forma parte de su vestido nunca terminará de separarse de la pequeña maquina por más que la mujer camine, salte, baile o se ponga debajo de la mesa. Ese mismo tul le servirá para mostrar o cubrir su cuerpo y como tela en la cual escribirá o pintará las distintas sensaciones que le produce la presencia o la ausencia del amor. Si se pudiera observar la tela al finalizar la obra se vería como en un friso los distintos momentos por los que el amor pasó por la vida de esta mujer.
Sus edades cronológicas se superponen: una joven mujer realiza un fervoroso y pasional pedido a Dios para que le mande hombres, amor y esclavos. La misma mujer, convertida en niña, dibuja una casita –con árbol, caminito y sol incluidos- que habitará junto con su hombre ideal, luego recordará en su madurez el fin de la pasión. Esta mujer siente, goza y sufre el amor desde las raíces de su cabello hasta las puntas de los dedos de sus pies.

La actriz Paulina Rachid posee un gran manejo de su cuerpo y una gestualidad que le permiten ir del fino humor y picardía hasta momentos de tristeza y melancolía. A estas cualidades hay que agregarle su decir claro y fresco.
La escenografía de Miguel Nigro es bella y cuidadosa de todos los pequeños detalles.
El vestuario es un alarde de simpleza e imaginación, colocándolo a la altura de ser co-protagonista de la obra.

La directora Deby Wachtel, cual orfebre, engarzó bellamente todos los elementos que conforman esta pequeña joya teatral.

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La Nación 
por Pablo Gorlero

La poética de la soledad
Nuestra opinión: Bueno
No Avestruz es un sitio agradable. Es como la casa de alguien. Más aún se vuelve la casa de alguien cuando uno entra en la sala y descubre que fue modificada para esta puesta en escena. Se suprimieron algunas sillas por cómodos almohadones y puffs. Es entrar en el mundo íntimo de alguien. Obviamente, de esa chica de vestido blanco que está ahí, solita su alma, en un espacio escénico amplio, enorme, vacío... Allí sentadita, sólo arregla su vestido larguísimo con una máquina de coser de juguete. Todo comienza ahí, mientras habla, repite vocablos, al ritmo de ese artefacto.

La pasividad que tienen el ámbito y el personaje remite al título de la pieza. Esta mujer de semblante melancólico, pero con un gesto de ingenua alegría y conformidad, abre sus pensamientos y su intimidad para desmenuzar su mundo sencillísimo.

A través de un texto basado en los poemas de la brasileña Adelia Prado, el personaje explora sus sentimientos, la fantasía, la pasión y el sexo a partir de una sumatoria: el deseo más lo que podría ser, lo que es y lo que no fue.

Todo esto se logra a partir de una dramaturgia de belleza sutil que hilvanaron Sol Lebenfisz y Deby Wachtel con la traducción que Fernando Noy hizo de los poemas de la autora señalada. Tanto la actriz, Paulina Rachid, como la directora, Deby Wachtel, ya habían tomado contacto con la poesía de Adelia Prado el año pasado, cuando participaron en el ciclo "Ocho mujeres".

La textualidad y la poética de la pieza tienen una sencillez que ni siquiera roza lo vulgar. En sus reflexiones sobre su vida, esta mujer se pregunta permanentemente y se responde a sí misma en forma negativa y positiva. La directora nutrió esta poética de acciones permanentes que obligan a los textos a surgir espontáneamente. A su vez, esto hace que la actriz se sienta cómoda, liviana y segura. Pero siempre está unida con un fragmento de su vestido a la máquina de coser. Esto implica que esta mujer, que celebra tanto como se desespera y suplica, sólo se ronde a sí misma y demuestre que su mundo es mucho más pequeño de lo que podría ser.
Ella espía por la ventana a su vecino. Lo ve comiendo, se lo imagina yendo al cine y se lo construye suyo. "¡Amame, hombre extraño!", dirá. Y, al caer, replicará complaciente consigo misma: "Me desmayo de estar viva".

Tanto en estas acciones como en la poética se reflejan también la ironía, el humor y cierto costado cursi. Y sí, en definitiva, el amor es cursi.
Wachtel conoce muy bien el texto y supo bien qué quería ver a través de él. Entre las posibilidades de accionar que le brindó a la actriz está la transformación de su vestido, tal vez de su vida. La joven escribe sobre sí misma, con plasticolas de colores, aquello que le atraviesa la sien: "Quiero amor, quiero comida, quiero esclavos", "Cornudos".

BUENA ACTRIZ
Paulina Rachid es una intérprete exquisita. No necesita mucho porque demuestra ser una conocedora absoluta del manejo de la sutileza, del control. También trabaja la enfatización y sabe cómo darles sentido a los silencios. Asimismo, tiene un interesante dominio físico. En cuanto a la ambientación de Miguel Nigro y el vestuario de Tramando son esenciales para los climas de este trabajo intimista. 

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Página 12 
por C.P

"La dramaturgia se basa en poemas de la brasileña Adelia Prado y alcanza imágenes de una belleza potente y juguetona".

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Imaginación Atrapada
por Diego Braude

“Siesta”: Estrofas hechas cuerpo.
Deby Wachtel es una teatrista particular. Su gusto parece concentrarse en la poesía (en este caso la brasilera Adelia Prado), y a partir de ahí construye sus producciones escénicas. El ritmo de la poesía es distinto, entrecortado, está más hecho de atmósferas (un montaje de atmósferas e imágenes que flotan en vez de transcurrir) que de narrativa, y sus “verdades”, se ocultan muchas veces detrás de palabras que se juntan de manera aparentemente inofensiva.

Una mujer, en un día lluvioso, fantasea sobre sí misma. De dónde vino, quién es, quien quisiera ser, sus límites, sus sueños, sus deseos. Paulina Rachid le presta el cuerpo a las palabras de esta mujer, atada por una puntada de su vestido a una maquina de coser (tan fácil de romper, y sin embargo no...), cuerpo que se arma y desarma, que busca escapar del vestido cosido por ella misma y que nunca termina de hacerlo.

El único sonido que nos lleva es la voz de Rachid, su gestualidad ampliando o suavizando las palabras de la mujer que sueña, que añora cambiarse, que reclama otro cuerpo, que desea. El texto construye climas, no tiene por objetivo el final de la obra, sino sólo el transcurrir, como un arrollo que corre, sin aparente principio ni fin.

Prado, a través de Wachtel y de Rachid, narra su personaje de a retazos poéticos, mostrándola de manera entera a través de los fragmentos, saltando los tiempos transversalmente en esa tarde lluviosa para ir descorriendo los velos de la mujer, que juega con una audiencia invisible que adivina en nosotros.

Un día lluvioso, una mujer que sueña y se narra, una tarde que pasa, una poetisa, una teatrista, una actriz, estrofas hechas cuerpo.